martes, 7 de diciembre de 2010

EL CINE DE ENANOS

“Hay grandes hombres que hacen sentirse pequeños a todos los demás. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.” Charles Dickens






Se trata de El Bufón Sebastián de Morra. Este enano estuvo al servicio de don Fernando de Austria en Flandes. Cuando éste murió el enano decidió regresar a España, donde había nacido. Aquí estuvo al servicio del príncipe Baltasar Carlos, que lo apreciaba muchísimo y llegó a hacerle varios regalos valiosos, como armas de plata y la chaqueta roja y dorada que era una prenda propia de príncipes, y con la que Velázquez decidió pintarle.








Este otro es Juan de Pareja, un mulato morisco que Velázquez tenía como esclavo para moler los pigmentos, preparar el óleo, la imprimación de los lienzos, etc. Velázquez le enseñó a pintar y parecía muy habilidoso. Cuando el retrato de Juan de Pareja se expuso, un pintor flamenco dijo que las demás obras parecían pintura, pero sólo ésa parecía ser real. Viste delicada ropa blanca de encaje de Flandes; parece más un califa que un esclavo. El mismo año en que Velázquez terminó el retrato le concedió la libertad.










Quizás el cuadro más conmovedor de los enanos pintados por Velázquez sea aquel denominado “El Niño de Vallecas” conocido por otros como “el Vizcaíno”, cuyo nombre real era el de Francisco Lezcano, bufón del príncipe Baltazar Carlos y que falleció a temprana edad.

Presenta una patología de malformación. Lo más probable es que se trate de hipotiroidismo infantil de forma atenuada, que suele presentarse con talla baja, frente abombada, puente nasal chato, manos regordetas.







El protagonista es Don Juan Martín Martín, "Juan de Calabazas" o "El Búfón Calabacillas", también conocido como "Bizco". Era un bufón de la corte de Felipe IV, lo cual demuestra que tendría algunas cualidades que le permitieran escalar posiciones, ya que poseía ciertos privilegios como el de recibir abundantes raciones de carne y de pescado que en aquel tiempo significaban buena cantidad de dinero. Al igual que el niño de Vallecas viste un traje de terciopelo verde, con un cuello blanco bordado.





El cuadro de “Bufón con perro” o “Antonio el Inglés” es de discutible manufactura velazqueña. Tampoco parece claro que el nombre del bufón sea el de “Antonio el inglés”. El personaje aparece representado sujetando a un mastín de grandes dimensiones. Las dos figuras se recortan sobre un fondo indeterminado, destacando las tonalidades ocres y blancas del traje del bufón y el color negro del perro. La pincelada es rápida y empastada, sin atender a detalles, coincidiendo con el estilo del maestro sevillano en la década de 1650.







Son enanos. Seres con algún tipo de malformación física e incluso psíquica. Bufones en la corte y destinados, en general, a servir de distracción a los monarcas del tedio y de sus asuntos de gobierno.

Velázquez, pintor de nobles, de personajes de la corte, de imponentes caballos, también comienza a pintar a enanos. El porqué lo hace no está claro, pero el trato que les dispensa en sus retratos ya no es de bufones. Hay otra cosa: la forma en la que miran al espectador.

Me impresionan esas miradas dignas, potentes, orgullosas e incluso altivas. Como por ejemplo la de Sebastián Morra. ¿Quién diría que es un enano? Sus expresiones contiene la grandeza de la que adolece su cuerpo. O el caso Antonio el inglés, el perro que sujeta como si fuera su caballo parece empequeñecerlo más, ridiculizando su posición. Y sin embargo, su semblante no refleja humillación sino todo lo contrario: firmeza en su mirada. Como la de Juan de Padela, el mulato morisco, donde incluso su postura se vuelve altiva. En el caso del Juan el Calabazas o del Niño de Vallecas, su limitación física y psicológica no los aleja del espectador. Su retrato es amable, cariñoso, tierno.

El punto común en todos estos retratos es la profunda humanidad con la que han sido pintados. En un sentido metafórico, Velázquez se fija en los seres de menor tamaño. Aquellos cuya malformación les impide alcanzar el respeto o la consideración de los demás. Personajes con baja estatura que representando un horror para los demás ven cómo se reduce su naturaleza de ser humano.

Por eso la valentía de Velázquez al fijarse en ellos para hacerlos crecer. Otogándoles una dignidad, les eleva su tamaño a la altura de cualquier ser humano. Hasta el punto de hacerles parecer casi nobles.

Es por eso que siento que detrás de estas pinturas ha de preexistir una tremenda humanidad de quien los pinta. Alguien con capacidad de valorar lo que otros rechazan. Velázquez parece probar que lo que un enano necesita para crecer es que lo miren con amor. Tal vez, su tamaño no se deba a ninguna enfermedad física, sino que es consecuencia de la mirada minusvalorizadora que otros han ejercido sobre ellos.

Me impresionan estos enanos porque, en definitiva, es una imagen con la que fácilmente representamos a los otros y a nosotros mismos. Empequeñecemos lo que nos causa horror, lo que nos crea inseguridad, lo que no sabemos explicar, y tratamos de hacerlo menguar tanto que se vuelva insigificante y que deje de existir. Pienso que también hay enanos, muchos, que viven en nuestro interior como partes que no aceptamos de nosotros mismos. Y si nuestra casa la hacemos a medida de esos enanos acabaremos teniendo que menguar también para adaptarnos a ese tamaño.

Necesitamos entonces el ejercicio de mirar con amor al enano para que pueda crecer. Para ello pienso en la capacidad que cualquier vehículo artístico tiene para hacer visible lo que pretendemos hacer oculto. Sin embargo, el cine ofrece unas características especiales para esta representación porque le otorga voz, movimiento, figura.

En definitiva, pienso en hacer un cine de enanos. Aquel cine que utilice una capacidad de mirar aquello que consideramos humillante y que queremos esconder. Aquel cine que tenga como meta elevar lo oculto a la visible categoría de noble para entenderlo, para dejarlo hablar, para que nos mire directamente a la cara. Haciendo humano al fantasma interior trabajeremos en hacer grande al que se siente pequeño. Y no es tarea pequeña sino gigantesca: aquella que busca la grandeza del otro.



Amaury Santana

1 comentario:

  1. Buenísimo artículo, preciosa propuesta de poética.

    Cuentas con todo mi apoyo compañero.

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